"Ay Nicaragua, nicaragüita, la flor más linda de mi querer y ahora que ya sois libre, nicaragüita, yo vos quiero mucho más". Estos versos son de una canción de Victor Jara que yo escuchaba en mi casa en la época en la que el país Centroamericano estaba inmerso en una guerra contra grupos insurgentes financiados por los USA, ochos años de enfrentamientos que se saldaron con más de cincuenta mil muertos y desaparecidos. Cuando llegas a León, luego de doce horas de bus atravesando Honduras, maldices el tiempo en que el decidiste venir a Nicaragua, respiras profundamente, cuentas hasta diez y de tu boca solo escucharás...por cierto, un hostel muy reconmendable es la Tortuga Boluda, son muy buena gente y muy barato.
A la mañana del día siguiente decidimos perdernos por los mercados, el calor llega a ser sofocante, es época de lluvias y por las tardes unas fuertes tormentas parece refrescarlo todo. No tenemos prisa, me corto el pelo en una antigua barbería, nos tomamos unas cervezas, la plaza central es un espacio de encuentro, la catedral herencia de la conquista española guarda con cariño los restos del padre de las letras nicaraguenses, Rubén Darío. Y a la sombra vemos pasar a la gente.
Esta es una ciudad universitaria, se nota por la cantidad de gente joven que vemos por las calles; tiene una amplia oferta cultural, pero en cambio no vimos a ningún músico callejero, quizá porque las calles sirvan de encuentro de tertulias sin fin, de puestos de venta de comida y ropa. Su pasado colonial le confiere un aspecto antiguo aunque son muy pocos los monumentos que se conservan en buen estado pero si supo conservar su estructura y sus casas de planta baja con grandes ventanales adornados con rejas. Son casas de colores bajo un cielo de cables y en su interior guardan
un jardín de verdes setos que sirve de refugio a los pájaros que se esconden de la calor. León es de esos lugares que uno gusta de conocer sin prisas, sin ser especialmente bello sí es una ciudad amable y tranquila, donde todos los días puedes perderte por sus calles y disfrutar de una conversación a la sombra de alguna taberna con algunos de aquellos excombatientes que en el año 1978 asaltaron el cuartel militar y daba comienzo el fin de la dictadura de los Somozas.